“LA HOSPITALIDAD, LA AYUDA ESTÁ HECHA TAMBIÉN DE PEQUEÑOS DETALLES, DE ATENCIONES COTIDIANAS.”
DOMINGO XIII
Reflexionando el Evangelio de hoy Mons. Miguel nos invita a reconocer que somos “extranjeros y peregrinos en la tierra, en busca de una patria futura y mejor” (Heb 11, 13-16) y a anclar nuestra vida en la Biblia del huésped, del migrante, del necesitado.
El centro del Evangelio nos dice, está dominado por un verbo, “acoger”, “recibir”, a quien está marcado por la indiferencia, marginación, racismo, pobreza, enfermedades, esto es una tarea urgente en nuestros días.
El Señor es el primero en recibirnos como lo sugiere el Salmo 23, el Buen Pastor. Él respeta todas las leyes de la hospitalidad oriental: “perfuma la cabeza a los invitados, ofrece la copa de la amistad, nos pone a la mesa y se presenta a servirnos” (Lc 12, 37).
Queridos hermanos siguiendo el modelo del Señor, el creyente también debe sentir como suyo el compromiso fundamental de ayudar, es decir, acoger, ofrecer, compartir. Hay un hilo sutil de hospitalidad que marca toda la Sagrada Escritura:
- Abraham y los tres misteriosos personajes invitados (Gn 18).
- La viuda de la ciudad fenicia de Sarepta que recibe, a pesar de su miseria, con solidaridad al profeta Elías perseguido y prófugo (1 Re 17).
- La premura de la pareja de ancianos de Sunén hacia Eliseo (2 Re 4, 8) incluso Jesús sabe que centa con una familia amiga, la casa de Lázaro, Marta y María ( Lc 10,38).
Me han recibido como a un ángel de Dios, como a Jesucristo” (4, 14)
El Arzobispo de Trujillo nos recuerda que detrás de la fisonomía, tal vez cuestionable o extraña, de un necesitado, se esconden siempre los rasgos de una criatura y, por lo tanto, los rasgos mismos de Dios. Y que no olvidemos que la hospitalidad, la ayuda está hecha también de pequeños detalles, de atenciones cotidianas. Basta un vaso de agua fresca, se convierte en un acto precioso digno de la “recompensa” divina.
“Hermanos, hermanas, debemos estar atentos porque Dios está escondido en el verdadero sufrimiento de los demás” fue la exhortación final de Mons. Miguel.
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