La providencia de Dios permitió que en la historia de nuestra tierra peruana surgiera la figura egregia de Toribio Alfonso de Mogrovejo (1538-1606), segundo arzobispo del virreynato peruano. Su elevación al episcopado tuvo los caracteres de un llamamiento excepcional, al cual el santo prelado supo corresponder con la entrega y la oblación absoluta de un apóstol.
Tuvo una misión delicada en aquellos momentos fundamentales de los comienzos de la Iglesia en América Latina. Casi toda Sudamérica y parte de Centroamérica quedaban presididas por este arzobispo misionero.
Hizo su ingreso a Lima en mayo de 1581 y, apenas llegado, después de haber convocado a sus sufragáneos al Concilio que debía reunirse en 1582, inició sus famosas visitas pastorales. Limitó casi sus estancias en Lima a los tiempos en que se celebraron sus tres Concilios (1582, 1591 y 1601) o los Sínodos diocesanos. Destaca entre ellos el III Concilio Limense (1582-1583) obra maestra de legislación eclesial de Santo Toribio y la base de la evangelización para América Latina, la más importante que vio el Nuevo Mundo hasta el siglo de la independencia latinoamericana.
Para la evan-gelización de los indígenas, Santo Toribio impulsó el conocimiento de las lenguas autóctonas por parte de los misioneros (catecismo trilingüe: (caste-llano, quechua y aymara), se preocupó por la defensa y el cuidado de los indígenas, para protegerlos de cualquier abuso o explotación y promoverlos humanamente.
El Concilio, entre otros puntos, impulsó la creación de Seminarios, cuidando la elección y la formación de los candidatos al sacerdocio; motivó el cuidado al culto divino, etc.
Santo Toribio promovió para una adecuada cura de almas al clero indígena y criollo, es decir al clero nativo.
De los informes iniciados en 1631 para su proceso de beatificación y canonización, podemos conocer también su personalidad, pues su vida fue un evangelio vivo, era patente la generosidad y la largueza al servicio de los pobres. De su propio peculio financió escuelas, hospitales, templos y nuevas doctrinas. Tenía fama de limosnero generoso, todo lo regalaba y vivía en gran austeridad y pobreza.
Se encontraba realizando su tercera visita pastoral (1606) por los valles norteños del Perú, cuando cayó enfermo de unas fuertes fiebres terciarias.
En la Villa de Santiago de Miraflores de Saña murió el 23 de marzo de 1606. Había deseado morir como mártir, el protector de los indígenas, y aunque no fue un mártir de sangre sin embargo su ministerio episcopal fue un testimonio viviente del Evangelio.
Por ese motivo se le puede considerar como el apóstol y padre de la Iglesia en el Perú que, durante 25 años, llevó la mitra y el cayado en beneficio de su numerosa grey.
Su vida apostólica despertó admiración y devoción, introduciéndose rápidamente el proceso de su canonización. Fue beatificado por Inocencio XI, el 2 de julio de 1679; y canonizado por Benedicto XIII, el 10 de diciembre de 1726, por medio de la Bula “Quoniam Spiritus Sancti oráculo”. (Por: P. Oswaldo Perleche)
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