Carlos Borromeo nació el 2 de octubre de 1538 en Arona, cerca de Milán (Italia). Hijo de los condes Gilberto Borromeo y Margarita de Médici, hermana del Cardenal Juan Ángel, quien más tarde sería elegido Papa, Pío IV.
De sus padres aprendió el verdadero valor de la nobleza y los principios de una vida cristiana sencilla, atenta a las necesidades de los hermanos y abierta a los designios de Dios. Sentía gran amor y deseo de servir a Dios y a los hermanos más necesitados.
En su infancia gustaba construir pequeños altares y, junto a sus hermanos y amigos, imitaba los oficios litúrgicos como observaba en la iglesia. A los 12 años, Carlos fue enviado al monasterio Benedictino de Arona para mejorar su educación. En su juventud fue muy notable por la integridad de costumbres y por la piedad personal. En 1558 perdió a su padre, pero lo asumió con serenidad.
En 21 de Diciembre de 1559, se eligió como Papa a Pío IV, tío de Carlos Borromeo. Éste fue a Roma y emocionado, con gran admiración y gratitud, aceptó su invitación para trabajar como Secretario del Estado del Vaticano. Más tarde, en 1566 fue nombrado Arzobispo de Milán. Allí estableció un orden edificante en la catedral: alentó la devoción en los eclesiásticos, la magnificencia de los ornamentos, el esplendor de las ceremonias religiosas. Todo formaba un conjunto de una belleza fascinante.
Cuando, en 1576, la ciudad de Milán fue víctima por la peste de la cólera, y el pueblo fue abandonado por los poderes públicos, no tuvo otra ayuda sino la del Obispo. Con su clero, se quedó en la ciudad y se compadeció del pueblo pobre y enfermo. Les ofrecía ayuda material y los consolaba con los santos sacramentos.
Su caridad no conocía límites en el cuidado de los pobres y en el acompañamiento de toda la iglesia. Carlos sabía muy bien que la caridad abre los corazones también a la religión. Por eso gran parte de sus rendimientos pertenecía a los pobres, reservando para sí sólo lo indispensable. Herencias o rendimientos que le venían de los bienes de familia, los distribuía entre los desvalidos. San Carlos estaba dispuesto a dar la vida por los suyos, persuadido de que es la mayor prueba de amor. Asimismo, conseguía estar horas interminables delante del Crucifijo. En esta contemplación conseguía fuerza y coraje para ser, como Jesús, un don para los demás.
Como de costumbre, en octubre de 1584, se retiró para hacer ejercicios espirituales, teniendo fuertes accesos de fiebre a la cual no daba importancia. Decía: “Un buen pastor de almas debe saber soportar tres fiebres antes de ir a la cama”. Los accesos de fiebre se repitieron y consumieron la fuerza del Arzobispo. Ungido con el óleo sagrado, murió el 3 de noviembre de 1584, con 46 años de edad. Sus últimas palabras fueron: “He aquí, Señor, que vengo. Voy ya”. Su cuerpo se halla en buena conservación en la cripta de la Catedral de Milán.
La Iglesia celebra su fiesta cada 4 de noviembre. Invoquemos su intercesión e imitemos su santidad de vida. “¡Mantén prendida la chimenea de tu corazón para que no se enfríe y pierda el calor!” (San Carlos Borromeo)
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