Reflexión del Santo Evangelio, según Jn 14, 23-29: La paz de Jesús es el gozo de una vida plenamente feliz
Siempre es bueno recordar que la fe cristiana nace del corazón y debe ser vivida según el lenguaje del corazón, es decir, con un inmenso amor por Dios y al prójimo, como Jesús nos amó primero (cf. Jn 13,34).
Y el amor es mucho más que un sentimiento: el amor es una decisión; es Dios el mejor modelo de quien ama, porque Él ha decidido amarnos. Nosotros también hemos decidido amar, a su ejemplo, y lo hacemos incondicionalmente, preocupándonos por encontrar la felicidad en la realización de la felicidad del amado, como el Padre lo hizo con nosotros al enviar a Jesús para que dé su vida por nosotros (cf. Jn 3,16). Ésta es la fe del cristiano, de quienes aman a Cristo Jesús, que han aprendido a amar al hermano, porque en él encuentran a Dios que en él se refleja (cf. 1Jn 4,20).
Sin embargo, muchas veces corremos el peligro de dejar que nuestra fe se transforme en un complejo conjunto de ritos que hacen tambalear la fe de los más pequeños. En la primera lectura vemos así cómo los cristianos procedentes del judaísmo quieren imponer un rito suyo – la circuncisión – a los cristianos convertidos procedentes del paganismo (cf. Hch 15,1). Los judíos aún pensaban que la fe tenía que ser impuesta y no cultivada, por lo tanto pretendían que todos se adapten a su «religiosidad». Sucede también en la Iglesia actual, cuando nos queremos quedar en meros ritualismos, olvidándonos de interiorizar la fe de las personas, cultivándolas para que expresen lo mejor de sí al poner en práctica aquello que les es predicado, que Cristo nos ha salvado en la Cruz (cf. 1Pe 2,24) y que con su resurrección nos ha dado nueva vida (cf. 1Cor 15,20). No es necesario imponer cargas pesadas que hagan olvidar lo principal, que es el amor y la misericordia de Dios, como lo recuerdan los Apóstoles en Hch 15,28.
Aunque parezca tirado de los cabellos, quiero expresar un ejemplo en estos términos. Muchas veces he escuchado estas palabras «cómprate un carro lujoso», como si la utilidad del carro dependiera de su lujo o de su precio – que por cierto, nos condicionaría para pagar la deuda que originaría – y no de aquello para lo que se lo necesita; es más bello un auto útil, aunque su precio no lo presente como joya, y que te lleva al lugar que vas sin contratiempos; que aquel que exteriormente es hermoso, pero al que no puedes llevar a todo sitio, pensando en que te lo arrebatarían. Bien, así puede suceder con la fe. Una fe llena de arreglos no conduce a ninguna parte, y puede ser causa de pérdida de la ocasión de conversión de tantas personas. Y es que el rito pierde su valor si no es celebrado dándole su verdadero significado, que no es simplemente el de adornar y hacer más bella la liturgia, sino de acercar al creyente a Dios, que es a quien se celebra. Para ello es importante nuestro propio testimonio de vida, porque es éste el que llevamos a la celebración y a la práctica de la fe. De esto nos habla el Señor en el Evangelio de hoy, de guardar su Palabra y de dejar morar a Dios en nuestros corazones (cf. Jn 14,23), para que esto nos permita dar frutos de alegría y de paz, para testimoniar a Cristo Resucitado con nuestra propia vida. A quien se le ve celebrar de esa manera a Dios, jamás se le notará triste, por más concentrado que se le vea cuando adora al Señor de los Señores, porque cada gesto, cada movimiento, cada palabra que exprese, será vista como una alabanza al Dios que le abraza en ese momento. Esto será siempre vivir la experiencia pascual, la experiencia del Señor que pasa por nuestra vida, no temporalmente, sino para quedarse en nuestro interior, transmitiéndonos su paz, aquella que nos ofrece al decirnos: «la paz les dejo, mi paz les doy: No se las doy como la da el mundo» (Jn 14,27). Y nos la da no para guardarla, sino para mostrarla y transmitirla a los demás. Es un regalo hermoso del Señor, que no debe ser desperdiciado, sino vivido, iluminando con ella a nuestros hermanos, mostrando nuestra alegría de vivir con Jesús Resucitado.
Por: R.P. Edinson Antonio Chavarry Castillo.
(Colaborador)
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