Pbro. Oswaldo Perleche Santa Cruz.
(Colaborador)
Dios, lo que más quiere es que después de esta vida todos vayamos con Él a gozar de su presencia, en el cielo. Por desgracia los hombres a veces desobedecemos a Dios y hacemos el mal; cada vez que pasa esto perdemos la oportunidad de ir al cielo. Pero Dios ama a sus hijos con un amor tan grande, que quiso dejarles un medio para que pudieran pedirle perdón. Esto que nos dejó es el sacramento de la Confesión. Cuando pecamos perdemos la amistad con Dios y se nos cierran las puertas del cielo, pero La Confesión es el sacramento que nos da el perdón de los pecados que hemos cometido, reconciliándote con el Señor. El mismo día en que resucitó entre los muertos, Jesús nos dejó el sacramento de la Confesión.
La institución del sacramento de la confesión por Jesucristo aparece claramente en el Evangelio de San Juan. Cristo resucitado da poder a los apóstoles para perdonar pecados en nombre de Dios. Al conferir el sacramento de la confesión, la Iglesia ha sido fiel a Jesucristo desde el principio por ello la confesión de los pecados ante un sacerdote es parte del designio de Dios para perdonarnos. El evangelio de san Juan 20,19-24 nos lo narra: “Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.» Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.» Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.» Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.»
Es importante notar que Jesús vinculó la confesión con la resurrección (su victoria sobre la muerte), con el Espíritu Santo (necesario para creer y actuar con poder) y con los apóstoles (los primeros sacerdotes). Entonces nos confesamos con un sacerdote por obediencia a Cristo. Es Dios quién perdona y tiene potestad para establecer los medios para otorgar el perdón. Algunas personas que profesan otras confesiones o pertenecen a sectas religiosas dicen que no se necesita confesarse con el sacerdote, que sólo hay que pedir perdón a Dios directamente. No te dejes confundir, esto no es verdad. En el párrafo del evangelio de san Juan que hemos referido manifiesta de manera muy clara que Cristo da a sus apóstoles (los primeros sacerdotes) el poder de perdonar los pecados; no dice que cada persona pida perdón a Dios directamente para que se le perdonen.
Debemos acercarnos al confesionario y confesar nuestros pecados, aquello que nuestra conciencia nos acusa, pues “la conciencia es la voz de Dios”, se suele decir. Debemos confesar todos los pecados mortales que no se hayan confesado antes. También es bueno recordar que según el Catecismo no es necesario confesar los pecados veniales, bastaría con pedir perdón a Dios, pero la Iglesia nos recomienda confesarlos, porque cada vez que nos confesamos recibimos una gracia especial, una ayuda de Dios para no volver a caer.
En este tiempo de Cuaresma hagamos el propósito de preparar una buena confesión, buscar al sacerdote y decirle que deseamos confesarnos. No sabes cuanta paz y felicidad se tiene después de pedir perdón a Dios por tus pecados. Recordemos que debemos confesarnos con frecuencia “porque siete veces cae el justo” (Prov. 26, 16) y el perdón de Dios está unido al perdón de las ofensas del prójimo. El perdón está en el corazón mismo del Evangelio. Todo el mensaje cristiano gira alrededor del perdón de Dios a través de la cruz de Cristo y nos pide a nosotros, como discípulos suyos, a ofrecer o a pedir perdón allí donde sea necesario. Fallar u obedecer en este punto viene a ser un test básico de nuestra madurez cristiana: «Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres» . ¡Recordemos que Dios nos ama y nos perdona siempre!
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