(Por: P. Reymundo Iraita Ruíz) Haciendo un recorrido panorámico por la forma de vida que lleva nuestra sociedad actual nos podemos dar cuenta que muchas cosas de gran trascendencia para la vida del hombre, pasan desapercibidas y no se les da la importancia debida por ausencia de conocimiento o por falta de visión a futuro.
Dentro de esta diversidad de cosas o personas que no se valora y que estoy seguro son de gran importancia y ejemplo para llevar una vida cada vez mejor, por la amplia sabiduría y experiencia que poseen, son las personas adultas: los abuelos.
Estas personas que, en muchas ocasiones, son olvidadas por la sociedad, son las mismas personas que nos han dejado todo lo que tenemos y han colaborado generosamente con nosotros. Estos hombres y mujeres son los que han construido una historia personal y social con mucho esfuerzo y entusiasmo, para dejarnos una cultura social mejor llena de muchas posibilidades, que nosotros estamos obligados a continuar mejorándola.
Lo que nos condiciona caminar por este horizonte de la perfección, es la cultura consumista y relativista que nos ha tocado vivir, donde todo lo que es útil y productivo materialmente se valora con reverencia y todo lo demás queda rezagado a un segundo plano. En este contexto los adultos mayores siempre estarán olvidados por la sociedad, y lo más doloroso es que en muchas ocasiones también son olvidados por su propia familia.
Hoy más que nunca necesitamos apoyarnos en la sabiduría acumulada de nuestros queridos abuelos, ellos tienen toda una vida recorrida con alegrías y tristezas, y se han llenado de ciencia y experiencia, que es la mejor fuente humana de donde podemos alimentarnos, para afrontar con esperanza las responsabilidades que realizamos cada día.
Acojamos con esperanza y sabiduría los sabios consejos que los abuelos nos brindan gratuitamente todos los días, porque lo único que buscan de nosotros es que seamos mejores personas, y así afrontar los retos de la vida con solidez y generosidad. También la Sagrada Escritura nos dice: “Acuérdense de sus mayores, que les predicaron la Palabra de Dios; consideren cual ha sido el resultado de su conducta, e imiten su fe” (Hb 13, 7).
Así mismo, recibamos como herencia la sabiduría de nuestros abuelos, y respetemos a las personas adultas que de ellas tenemos mucho que aprender. (Publicado en Emaús, agosto 2014)
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