Por: P. Francisco Javier Ramos
La Asunción, fiesta que nos recuerda nuestra meta: el cielo
El 15 de Agosto celebramos a la Virgen María en su Asunción al Cielo. Es fiesta en la que dirigimos los católicos no sólo la mirada al cielo, sino a aquella mujer rodeada de sol que subió al cielo. Mujer que se convierte en ejemplo de esperanza, que nos hace pensar en que nuestra meta está en el cielo, del cual goza ahora ella. Que es la Madre del Hijo de Dios, que goza de la presencia del Hijo, pero que espera gozar un día de la presencia de todos nosotros sus hijos en el cielo, junto a ella.
¿Qué celebramos en esta fiesta?
Esta fiesta de la Asunción nos invita a hacer una pausa en la agitada vida que llevamos para reflexionar sobre el sentido de nuestra vida aquí en la tierra y sobre nuestro fin último: la Vida Eterna, junto con la Santísima Trinidad, la Santísima Virgen María, los Ángeles y Santos del Cielo. Saber que María ya está en el Cielo, gloriosa en cuerpo y alma, como se nos ha prometido a aquéllos que hagamos la Voluntad de Dios, nos renueva la esperanza en nuestra futura inmortalidad y felicidad perfecta para siempre.
Por eso la Virgen María, como recuerda el concilio Vaticano II, constituye para nosotros un signo de segura esperanza y de consolación (cf. Lumen Gentium, 68). La fiesta de hoy nos impulsa a elevar la mirada hacia el cielo. No un cielo hecho de ideas abstractas, ni tampoco un cielo imaginario creado por el arte, sino el cielo de la verdadera realidad, que es Dios mismo: ¡Dios es el cielo! Y Él es nuestra meta, la meta y la morada eterna, de la que provenimos y a la que tendemos.
La Virgen María al alcanzar la meta y entrar en el Cielo, ¿se alejó de nosotros?
Efectivamente que no. María fue elevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo y, con Dios, es Reina del cielo y de la tierra. Pero la que ha subido al cielo, es una madre, y ésta nunca se olvidaría de nosotros, sus hijos. Al contrario. Precisamente al estar con Dios y en Dios, está muy cerca de cada uno de nosotros. Cuando estaba en la tierra, sólo podía estar cerca de algunas personas. Al estar en Dios, que está cerca de nosotros, más aún, que está “dentro” de todos nosotros, María participa de esta cercanía de Dios. Al estar en Dios y con Dios, María está más cerca de cada uno de nosotros, conoce nuestro corazón, puede escuchar nuestras oraciones, puede ayudarnos con su bondad materna. Nos ha sido dada como “madre” -así lo dijo el Señor desde la cruz-, a la que podemos dirigirnos en cada momento. Ella nos escucha siempre y, siendo Madre del Hijo, participa del poder del Hijo, de su bondad. Podemos poner siempre toda nuestra vida en manos de esta Madre, que siempre está cerca de cada uno de nosotros.
Un poco de historia del dogma de la Asunción.
El Papa Pío XII, bajo la inspiración del Espíritu Santo y después de consultar con todos los obispos de la Iglesia Católica, de escuchar el sentir de los fieles, el 1 de noviembre de 1950, definió solemnemente con su suprema autoridad apostólica, el dogma de la Asunción de María a través de la Constitución Munificentissimus Deus:
“Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la gloria de la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo”.
Demos gracias al Señor por el don de esta Madre y pidamos a María que nos ayude a encontrar el buen camino cada día. Ella, que cumplió generosamente los planes del Padre y terminada su estancia en esta tierra ha llegado a la Patria Celestial, nos anime a nosotros sus hijos a imitarla para un día llegar, como ella y junto a ella, al mismo Cielo.
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