(Por: P. Jaume Benaloy Marco).- 1. “¡Éste es el misterio de nuestra fe!” Así proclamamos a una sola voz nuestra fe al concluir la consagración en cada eucaristía. Es el kerigma, la Buena Noticia de la Pascua.
Creemos, celebramos y seguimos a Jesucristo, el Crucificado Resucitado. Éste es el Evangelio que debemos creer, celebrar y anunciar los cristianos de ayer, hoy y siempre. Misterio que se actualiza y renueva en cada eucaristía. Misterio que celebramos y compartimos como Pueblo de Dios en la eucaristía. Misterio que no se puede vivir ni anunciar sin alimentarnos del Pan de Vida en la eucaristía. Porque la eucaristía es el Misterio y el Sacramento de nuestra fe.
2. ¡Anunciamos tu muerte!
Cada eucaristía es memorial de la pasión y muerte de Jesucristo, actualización del sacrificio pascual de la Alianza nueva y eterna entre Dios y la humanidad. No obstante, la muerte de Jesús fue real, verdadera, cumplimiento cabal del anuncio de la Última Cena: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo; tomad y bebed, esta es mi sangre”. Siendo inocente, injustamente condenado, derramó su sangre en una cruz en Jerusalén. Cada eucaristía es reconocimiento agradecido y proclamación gozosa del Amor crucificado de Dios que “tanto amó al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16-17). ¡Quien cree en Jesús eucaristía, tiene vida abundante y eterna! Su sangre preciosa nos ha librado de la muerte y del pecado. “Sus heridas nos han curado” (1 Pe 2,24). ¿Crees esto al celebrar la eucaristía?
3. ¡Proclamamos tu resurrección!
Pero no todo acabó en el madero de la cruz. ¡El Crucificado es Resucitado! La fe cristiana va más allá de la muerte. ¡La Vida venció! Nos dirá san Pablo: “si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, vana también es nuestra fe” (1Co 15,14). “La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central, transmitida como fundamental por la Tradición, establecida en los documentos del Nuevo Testamento, predicada como esencial del Misterio Pascual al mismo tiempo que la Cruz” (CIC 638). Anunciamos su muerte y proclamamos su resurrección.
Sí, ¡resucitó el Señor y nosotros con él! Es la Buena Noticia de Dios para todos los hombres, la mejor noticia para la humanidad que anhela siempre eternidad. “Si con él vivimos, reinaremos con él” (2 Tm 2,11), nos asegura el apóstol Pablo. Celebrar la eucaristía es hacernos partícipes de su pasión, comulgar y beber su cáliz, para ser herederos de su victoria sobre la muerte. Quien celebra la eucaristía se alimenta con el Pan de la vida eterna y vive para siempre. ¿Crees esto?
4. ¡Ven, Señor Jesús!
Finalmente, en la eucaristía reconocemos la Presencia real de Cristo Jesús. Es promesa del Señor: “Cuando dos o más se reúnen en mi Nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20). Ciertamente, cuando en comunidad escuchamos la Palabra de Dios, sentimos su presencia amorosa y luminosa. Sin embargo, en la eucaristía, la presencia de Jesús es singular, sacramental, salvadora. Es una presencia siempre nueva, real y misteriosa. Si bien es cierto que a Jesucristo podemos encontrarlo de muchas formas y maneras, la Iglesia nos enseña que, en la eucaristía, Cristo se hace presente de forma real como alimento de vida eterna hasta que vuelva al fin de los tiempos. Mientras tanto, en la eucaristía nos encontramos de forma sacramental con el Señor Resucitado, el Dios vivo y verdadero.
La solemnidad del Corpus Christi es una invitación para renovar la fe en la presencia real y salvadora de Jesucristo en la eucaristía. Este es, sin duda, el sacramento de nuestra fe donde se manifiesta de forma excelente la fe que proclamamos, celebramos, compartimos y vivimos. Sin la eucaristía, la fe se resiente y peligra. Que toda iniciativa prevista para la fiesta del Corpus Christi sea “una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la eucaristía, que es ‘la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y también la fuente de donde mana toda su fuerza’” (Porta Fidei 9). Que así sea.
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